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“Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.
Nuestro argumento es que si del infierno no se puede salir, debe existir un lugar donde se cancele esa deuda, pues además, hablando de la “Jerusalén Celestial”, el libro Apocalipsis dice: “Nada manchado entrará en ella” (Ap. 21, 27). Luego, con la parábola del funcionario que no quiso perdonar, en Mateo 18:21-35, Jesús compara el Reino de los Cielos con alguien que pide perdón pero niega hacerlo; aun así advierte que el hombre puede cumplir su deuda: “Y tanto se enojó el Señor, que lo puso en manos de los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano”(Mateo 18:34-35).
Cabe recordar incluso que Jesucristo enseñó a orar poniendo la condición de ser perdonados, perdonando: “…y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores;” (Mateo 6:12). Así, como en el Cielo no hay “verdugos” que cobren la deuda, en el catolicismo concebimos un lugar intermedio donde los salvados purifiquen las deudas pendientes.
Existe otro pasaje en el que Jesucristo habla de la existencia de otro mundo después de éste, donde se perdonan los pecados: “Dios perdonará incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no lo perdonará ni en el mundo presente, ni en el venidero”. (Mateo 12, 32).
En 1.ª de Corintios San Pablo habla más claramente del purgatorio: “La obra de cada uno se verá claramente en el día del juicio porque ese día vendrá con fuego, y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra que se construyó resiste, recibirá su salario. Si la obra se quema, será castigado, aunque se salvará como quien escapa del fuego”. (1 Cor. 3, 13-15).
El Apocalipsis anuncia: “El Anciano me replicó: “Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero”. (Apocalipsis 7:14).
Encontramos un gran número de santos que han experimentado visitas de almas del purgatorio, las cuales son permitidas por Dios para que se interceda de una manera más intensa por ellas tras estos encuentros sobrenaturales. Cabe destacar que en el purgatorio existen tantos estadios como personas, quedando algunas almas en un estadio muy próximo al infierno y otras cercanas al Cielo.
El purgatorio en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento se refiere al concepto en el libro segundo de los Macabeos 12:45: “Pero él presumía que una hermosa recompensa espera a los creyentes que se acuestan en la muerte, de ahí que su inquietud fuera santa y de acuerdo con la fe. Mandó pues ofrecer ese sacrificio de expiación por los muertos para que quedaran libres de sus pecados”.Este libro -como el resto de los Deuterocanónicos- no es aceptado por los protestantes.
También en los capítulos 6 a 36 del libro de Enoc se describe con detalle el purgatorio.
Entre los lugares del Antiguo Testamento que se interpretan como relacionados con la expiación tras la muerte en un purgatorio, están:
Daniel 12,10 “Muchos serán purificados, emblanquecidos y refinados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá, pero los entendidos comprenderán”.
Zacarías 13,9: “A este tercio lo meteré en el fuego, lo fundiré como se funde la plata, lo probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo lo oiré. Yo diré: ‘Pueblo mío’. Él dirá: ‘Yahveh es mi Dios’.
Los pasajes anteriores dan a entender que en el “estado de purgación” las almas podrán ser purificadas (limpiadas) de la mancha de ciertos pecados, ya perdonados en cuanto a culpa; ese otro mundo no puede ser el infierno, pues en él ya se está condenado; tampoco el cielo pues nada que tenga mancha entrará ahí, por lo que este lugar debe ser un estado temporal. Lo que hay que purificar en el purgatorio es el rastro de pecado, que ha quedado aun después de la confesión. Un ejemplo de esto sería una calumnia. Si ha sido extendida a otras personas, aunque la persona que la dijo se confiese ese rastro de su pecado ya ha quedado esparcido y será difícil de borrar. Lo primero que hay que mencionar, es que hay pasajes bíblicos que hablan muy claramente sobre la realidad del purgatorio.
La mayoría de las iglesias protestantes rechazan la creencia en el purgatorio; de hecho, la reforma Luterana se inició precisamente con la denuncia que Lutero hizo contra la venta de indulgencias. Lutero, fundador del protestantismo, describe el purgatorio como una invención humana que confunde al hombre y le hace creer que hay perdón después de la muerte por medio de la compra de indulgencias y otros mecanismos.
Otro argumento que afirman los reformados esta en el hecho de considerar que las muestras bíblicas que señalan “un estado de purgacion” solo se encuentran en los llamados libros deuterocanónicos, los cuales desde su concepción, no deberían ser aceptados como canónicos, el ex-agustino Martín Lutero, precursor del movimiento declaró que los libros deuterocanónicos, al ser propios del canon griego (Septuaginta), sólo pueden ser considerados como lectura edificante, siguiendo la opiniones de Jerónimo de Estridón.
El purgatorio en el Nuevo Testamento
Uno de ellos, y tal vez el principal, es cuando el Apóstol San Pablo nos habla sobre el día del juicio y sobre qué pasará con aquellas personas que tuvieron Fé y sirvieron a Dios, pero que su obra no fue tan buena, él lo explica así:
1Cor 3,13-15: “Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. Si lo que has construido resiste el fuego, será premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará pero no sin pasar por el fuego”.
Notemos dos aspectos fundamentales de lo que San Pablo quiere enseñar acerca de un creyente en Dios: En primer lugar afirma que si la obra resiste al ser examinada la persona se salvará, en este caso se está refiriendo a un cristiano que va directamente a salvarse, sin necesidad de pasar por una purificación. Pero, inmediatamente agrega que hay otra situación donde la obra de la persona no resistió el juicio y no dice que se va a condenar, sino que ese cristiano tendrá que pagar o ser castigado y se salvará, pero como quien pasa por el fuego.
Al seguir estudiando la Biblia sobre este tema, encontraremos que la existencia del purgatorio es una consecuencia lógica de la Santidad de Dios, pues si Él es el tres veces santo (Isaias 6,3) o sea la plenitud de la Santidad y Perfección, entonces quienes estén junto a Él también deben de serlo (Mateo 5,48), por eso, quien es fiel a Dios, pero no se encuentra en un estado de gracia plena a la hora de morir, no puede disfrutar del cielo porque la misma Biblia dice que en la ciudad celestial: “No entrará nada manchado (impuro)” Ap 21,27
Entonces, de acuerdo con ello, si un cristiano no puede entrar al cielo por tener alguna mancha o impureza, ni tampoco sufrir el castigo eterno, es claro que tendrá que ‘pagar’ en esta vida o en la otra.
Aparte de ello, el trasfondo de lo citado en Mateo 5, 25-26 establece una analogía entre “cárcel” y “estado de pena” transitoria para la persona deudora: “Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel, Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo”.
Esta “prisión” o “cárcel” escatologicamente hablando, no puede ser solamente considerada física como tal, y en menor caso como el infierno, porque nadie “sale” del mismo en su condena definitiva, considerándose por demás otro “estado”, en donde se pagara completamente las deudas de menor agravio contra el prójimo (pecados veniales).
La Iglesia católica nunca ha enseñado que en el purgatorio se perdonen pecados mortales, sino solo veniales que no mudan al creyente del estado de gracia habitual o santificante, necesaria para salvarse. Pero principalmente se enseña que en el purgatorio se realiza la purificación de las reliquias del pecado.
Los protestantes consideran que la doctrina del purgatorio disminuye la gracia salvadora de Cristo. Sin embargo esta es una concepción limitada de lo que realmente la misma testifica, ya que su enfoque como tal no está en reducir el alcance del poder Salvador de Dios, sino en nuestra respuesta a Él como seres libres.
Según la perspectiva protestante no hay purgatorio ni perdón de pecados después de la muerte, sino que sólo hay dos estados posibles para el alma después de la separación del alma y el cuerpo: el Cielo para aquellos que tuvieron en vida fe en el perdón total de los pecados a través del sacrificio de Cristo, y el infierno para los que no tuvieron fe o la perdieron durante las pruebas de la vida. Desde esta misma perspectiva consideran, no hay pasajes bíblicos que puedan ser interpretados como la existencia de un estado intermedio entre el cielo y el infierno, tal como el purgatorio.(Lucas 16:26)
La Biblia dice en Hebreos 9:27: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” Indicaría, de acuerdo con ello, que una vez que una persona muera, inmediatamente irá al cielo o al infierno, según ellos.
Otra cita del Nuevo Testamento con la que los católicos explicamos la existencia del purgatorio es Mateo 12, 31-32: “A cualquiera que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero el que hable contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el otro”
Esto para la concepción reformadora establece que simple y sencillamante el pecado contra el Espíritu Santo es imperdonable, sin posibilidad de redención en el cielo, no especificando “la existencia de otro mundo intermedio” por lo que su condena al infierno es “absoluta”.
De acuerdo con el pensamiento protestante, la idea de purgatorio anula y sustituye el sacrificio de Cristo, que es completo y eterno. Jesús, como Dios Salvador, realizó una obra de redención y remisión de pecados completa a través de su sacrificio en la cruz.
El purgatorio en el magisterio de la Iglesia Católica
La doctrina del Purgatorio ha sido una enseñanza constante del Magisterio de la Iglesia. Además de la Biblia, la Iglesia se apoya en la tradición apostólica para definir una doctrina. En el caso del Purgatorio, el Catecismo cita a san Gregorio Magno y a san Juan Crisóstomo. Pero hay muchas citas sobre el purgatorio en los llamados Padres de la Iglesia, tales como San Gregorio Magno (540–604), San Cesáreo de Arlés (470–543), Tertuliano (155-230), San Cipriano de Cartago (200-258), San Agustín de Hipona (354-430), entre otros.
El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere al Purgatorio o purificación final en los siguientes términos:
Catecismo de la Iglesia Católica, 1054: Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.
La Iglesia ha formulado la doctrina de la Fé relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y Lyon, que refutaron a los griegos orientales: “Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del purgatorio”.
Más extensamente fue formulada en el Concilio de Trento que insiste: “Cuiden con suma diligencia que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Padres y sagrados concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conserve por los fieles cristianos; pero aquellas que tocan a cierta curiosidad y superstición, o saben a torpe lucro, prohíbanlas como escándalos y piedras de tropiezo para los fieles”.
También se ha hecho referencia al Purgatorio en el último Concilio Ecuménico, el Vaticano II (1962-1965)
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dedica un par de puntos que resumen esta doctrina: El purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza.
Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, 210-211: “En virtud de la comunión de los Santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia”.
En la Iglesia católica, usando un lenguaje actual, explicamos la doctrina del purgatorio en los siguientes términos:
Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus Santos» (1 Ts 3, 12 s).
Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta. Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección.
Penas del Purgatorio
Según la doctrina católica hay una diferencia sustancial entre infierno y purgatorio, y éste no es un infierno temporal. Propiamente hablando, sólo en el infierno se da una verdadera pena de daño, ya que ella es el castigo ultraterreno a la aversión actual de Dios, que no se da en las almas del purgatorio. Sin embargo pueden distinguirse:
Dilación de la Gloria. Tratada por la tradición teológica como pena de daño, es sin embargo cualitativamente distinta de la que se da en el infierno, y consiste en el aplazamiento del Cielo. El alma queda privada de la visión beatífica (visión de Dios) mientras purga sus pecados. Esta pena implica que la presencia en el purgatorio no puede prolongarse en el tiempo hasta más allá del Juicio Final.
Pena de sentido. La tradición de los Padres latinos es casi unánime en favor del fuego real y corpóreo, semejante al del infierno, pero no ha sido necesaria todavía una declaración dogmática al respecto. Sí hay argumentos en la tradición, como el cuestionario de Clemente VI a los Armenios, donde expresamente se pregunta «…si crees que son atormentados con fuego temporalmente…». En cuanto a si Dios se vale de los demonios para la administración de las penas del purgatorio, Santo Tomás (De purgatorio, Suppl. a.5) explica que no.
Sufragios son las ayudas que los fieles ofrecen a las almas del Purgatorio. Principalmente son:
Ofrecimiento de la Misa: Ya sea encargándole la Misa a un sacerdote, ya sea ofreciéndola mentalmente por un difunto.
Ofrecimiento de la Comunión: Los católicos creemos que en la comunión se encuentra realmente Cristo. Cuando comulgamos (recibimos a Cristo), podemos ofrecerlo por reparación de las almas que les falta algo por purificar.
Misas gregorianas: Se denominan de esta manera, a la serie de misas en las que se debe interceder por un difunto durante treinta días sin interrupción. Su origen se vincula a un episodio narrado por San Gregorio Magno.
Indulgencia plenaria: Limpia todas las “manchas” que nos hayan dejado los pecados ya perdonados. Las indulgencias plenarias se obtienen de manera gratuita. Solamente hace falta realizar la acción indulgenciada, uniéndola a una comunión, un acto de caridad, rezar por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Ave María y Gloria) y confesarte en ocho días.
Las principales acciones indulgenciadas son:
Rezo y meditación del Santo Rosario, en común; rezo-meditación del Vía Crucis, en una iglesia; lectura y meditación de la Biblia, por más de 30 minutos; adoración al Santísimo, más de 30 min. Además es necesario hacer un acto de aborrecimiento total del pecado, tanto mortal como venial (esto no significa no volver a caer, pero sí al menos hacer todo lo posible por llevar una vida recta, pidiendo asimismo ayuda a Dios e intercesión ante Él a los ángeles, a los santos y a los demás fieles para ello, y asistiendo a la Confesión cuando se caiga).
Otros sufragios son: el ofrecimiento de las penas y alegrías, olvidar los insultos y perdonar a los que nos ofenden, ofrecer diversas oraciones, limosna y otras obras de misericordia.
El voto de ánimas
También llamado acto heroico de caridad, consiste en una donación completa de los efectos satisfactorios ganados con obras buenas, en favor de las almas del purgatorio.
En palabras de San Agustín, todas las obras buenas que se practican en estado de gracia santificante, tienen la virtud de producir cuatro efectos: meritorio, propiciatorio, impetratorio y satisfactorio. El efecto meritorio aumenta la gracia de quien la hace, y no puede cederse. Lo propiciatorio aplaca la ira de Dios; lo impretratorio inclina a Dios a conceder lo que se le pide. Por último, es satisfactoria porque ayuda a satisfacer o pagar la pena por los pecados. Es este último efecto satisfactorio el que se cede a las ánimas del purgatorio, ofreciendo a Dios una compensación por la pena temporal debida. No es un voto riguroso, ni requiere ningún formalismo más allá de hacerlo con el corazón, sino una cesión voluntaria que puede rectificarse en cualquier momento. Tampoco debería decirse heroico pues se gana más de lo que se cede.
El purgatorio es un lugar de expiación para las almas de aquellos que, si bien murieron en gracia de Dios, no han satisfecho enteramente a la divina Justicia.
¿Quiénes van al Purgatorio? Quienes mueren con pecados veniales y quienes no han satisfecho en esta vida la pena temporal merecida por sus pecados.
Con la confesión bien echa se perdonan las culpas graves y la pena eterna, el Infierno, pero no siempre queda perdonada la pena temporal. Dios, perdonando el pecado mortal, ordinariamente conmuta la pena eterna en una temporal, que debe pagarse en esta vida con penitencias y obras buenas, o en el Purgatorio.
Los cristianos Católicos afirmamos su existencia con los siguientes argumentos:
Pruebas de fe
a) En el libro de los Macabeos se lee que, después de una batalla, Judas Macabeo mandó a Jerusalén doce mil dracmas de plata para que se ofrecieran sacrificios por los pecados de los que habían muerto en el combate. Esto arguye que, aun después de muertos, tenían aquello soldados penas que expiar. No pena eterna, porque en elInfierno no hay redención; luego se habla allí de pena temporal, o sea del Purgatorio. A renglón seguido dice el mismo autor inspirado: Es, pues, santa y saludable obra el rogar por los muertos, para que sean libres de sus pecados. Los protestantes que rechazan el dogma del Purgatorio, han quitado de la Biblia este pasaje de los Macabeos, o bien dicen que este libro no es inspirado; pero los judíos y cristianos no dudan de su inspiración.
b) Testimonio de Jesucristo. Al hablar de los pecados contra el Espíritu Santo, dice qué no se remitirán ni en este mundo ni en el otro. Con estas palabras da a entender que hay pecados que se remiten en la otra vida, y que por lo tanto existe Un lugar donde se remiten, a saber el Purgatorio.
Pruébase por la razón
Muchos mueren en gracia de Dios, pero con el alma manchada de pecados veniales o sin haber satisfecho enteramente a la divina Justicia. Estas almas no pueden ir al infierno porque son amigas de Dios; tampoco pueden ir a la Gloria porque escrito está: No entrará en ella ninguna cosa contaminada. (Ap. 21, 27). Luego es forzoso que antes de ir al Cielo pasen un tiempo en lugar de expiación; luego debe admitirse el Purgatorio.
Penas, las hay de dos clases:
a) La pena del daño, que consiste en la privación de la vista de Dios: Es el mayor dolor de las benditas ánimas.
b) La pena del sentido, que consiste en el tormento del fuego que en intensidad es igual al fuego del Infierno. El mismo fuego, dice un Santo, atormenta al justo y al réprobo. Las almas sufren estos tormentos con la mayor resignación; al verse manchadas con el pecado, se avergüenzan de comparecer ante la presencia de Dios y de sus bienaventurados y voluntariamente se sumergen en aquellas llamas.
¿Cuánto tiempo duran esas penas?
No es igual para todas las almas: depende de la cantidad y gravedad de sus faltas (veniales), de la mayor o menor penitencia hecha durante la vida en satisfacción de sus pecados, de los sufrimientos que reciben.
Cómo podemos aliviar a las almas del Purgatorio
Podemos aliviar a las benditas ánimas con oraciones, indulgencias y otras buenas obras, pero sobre todo con la Santa Misa. Se llaman sufragios las obras buenas que se hacen en favor de las benditas ánimas del Purgatorio; dichos sufragios son sólo a manera de suplicas que la divina Justicia acepta en la medida que cree conveniente; por eso, un alma no siempre obtiene infaliblemente todos los efectos de los sufragios aplicados a ella especialmente.
En ningún caso resultan inútiles los sufragios, porque si Dios no los aplica a un alma, los aplica a otra. La devoción a las benditas almas es utilísima porque hace practicar muchas obras buenas, causa grande gozo en el cielo y ayuda en gran manera a conseguir la salvación de quien practica esta devoción: Nuestro propio interés debe por lo tanto impulsarnos a aliviar esas almas. En la misma medida que por ellas nos interesamos, se interesaran los hombres de nosotros cuando nos hallemos en aquel ardentísimo fuego del que muy pocos se libran.
Indulgencias son la remisión de la pena temporal debida por nuestros pecados, que nos concede la Iglesia fuera del sacramento de la penitencia.
Fuente: LA RELIGIÓN EXPLICADA (Año 1953)